martes, 25 de febrero de 2014

lunes, 24 de febrero de 2014

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCO

miércoles, 12 de febrero de 2014

“Amar al prójimo como a ti mismo”

Miguel Bellido Mora
Ex-Hermano Mayor

Miguel Bellido Mora-Entrega de llaves al Capataz de Honor
Muchas veces me he preguntado si de verdad, los que nos hacemos llamar cristianos, llegamos a captar, el verdadero mensaje de “AMOR” que nos dejó aquel que un día murió en la Cruz por todos nosotros.

Es duro pensar, que realmente todo es “Fachada”. Una hermosa portada, adornada de mil colores acogedores; que no son más, que una terrible y repugnante mentira. Eso sí, hipocresía aceptada por todos-as mientras no nos afecte a nosotros-as.

 Cuando se pasa de ser observador a vivir una situación en carne propia, toda visión cambia. Puñetas, no es lo mismo que le den una bofetada al de enfrente, que se la den a uno. Yo siento mucho que abofeteen a dicha persona. Por lo menos eso es lo que hago hacer ver al que tengo a mi lado. Otra cosa es, lo que siento en mi interior. Es más, si esa persona es conocida y me cae mal; mis manos interiores se frotan y se alegran. Incluso damos impulso mental al que dio la bofetada para que le duela más. Es nuestra parte negativa, el lado oscuro que nadie quiere reconocer, pero que todos tenemos.

Pero, oye ¿No eres cristiano? ¿Seguidor de Aquel que murió en la Cruz?
El solo pidió: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al Prójimo como a uno mismo”
¡Dos mandatos…. Solo dos!

Es triste, pero cierto y rotundo como la tormenta. Tronar y hacer ruido encumbra al fuerte con respecto al prójimo. La humildad, la Paz y la calma está bien para cartelería; poco más. El humilde no da garantía de futuro en un mundo de lobos habidos de notoriedad y liderazgo mafioso.

No convence el humilde. Pero he aquí que si vende. Es por esto, que las personas que llevan a gala esta virtud; por regla general son las encargadas de abrir caminos, quitar obstáculos y lograr objetivos. No importan las dificultades o las zancadillas. Pese a quien pese, la meta, es su único objetivo, no desistiendo hasta lograr alcanzarla. Mientras el éxito acompañe, todo, son parabienes, palmaditas y clamores de apoyo, (El Amor del prójimo. Pero todo entre comillas).

Normalmente, estas personas, creen sentirse arropadas y respaldadas por sus semejantes. Nunca más lejos de la realidad; tristemente, solo es la mula-o de carga que solo sirve para eso, “lograr objetivos”.

Por desgracia, cuando menos lo espera… ¡A LA CRUZ! Ya no eres necesario-a. El amor al prójimo no vende. Además por lo que se ve denota debilidad.
Más de 2.000 años, llevamos los terrícolas vendiendo amor envenenado. Y más de 600 años revistiéndonos en Semana Santa con la túnica de nuestra Hermandad.

¿Realmente sabemos lo que hacemos? ¿O simplemente somos como el pobre cirineo, que tras dura jornada de trabajo, se encuentra de casualidad en la Vía Dolorosa con Jesús y nos fuerzan a llevar con El la Cruz? Si es forzoso, ¿Qué hacemos aquí?

Por el contrario si es voluntario ¿Por qué, no seguimos su ejemplo? Yo, siempre he llevado a gala el ser humilde, revistiéndola de fortaleza; la misma que le pido a Dios cada noche: “Señor hazme cada día más fuerte y del mismo modo cada día más humilde”.

Yo no me avergüenzo de rezad y rogad cada noche por los demás y por aquellos que ya partieron a la casa del Padre.

No importa el daño que me hicieron, no importa. Sólo importa la mano que yo pueda tender al prójimo. Que esta sea reciproca, que juntos logremos un mundo respirable y vivificador. Sólo importa eso y entender claramente que Dios es amor.

En esta Semana Santa que vamos a de vivir, recordamos a Jesús. Su dolor y padecimientos, sus humillaciones, toda su agonía. Recordamos que venció a la muerte en una cruz, por amor a nosotros. Es nuestro amigo fiel, al que no debemos fallar cueste lo que cueste.


¡Y RECUERDA; AMA. AMA SIN MEDIDA A TU PROJIMO! Y “A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS”


"Una Estrella en el Canimo 2013"

viernes, 7 de febrero de 2014

Estrella de los Mares y Don Bosco

Arturo Hidalgo Trillo
Ex-Hermano Mayor

No fue el azar lo que dio nombre a Mª Stma. De la Estrella, con lo que completamos el desfile procesional del Lunes Santo con el Señor de la Sta. Cena. Y digo esto porque siendo Hermano Mayor fueron varias las iniciativas de la Junta de Gobierno y decidimos adquirir una imagen de la Virgen y el paso de palio además del manto de terciopelo rojo que luce con elegancia y que adquirimos procedente de la antigua iglesia de San Francisco, que regentaban los Padres Jesuitas. 

El nombre fue barajado entre otros y como la mayoría éramos Antiguos Alumnos Salesianos, además del Párroco D. Antonio Gómez y debido a la formación y cariño recibido de Mª Auxiliadora, a la que desde niños cantábamos con fervor “ESTRELLA de los MARES”, fue suficiente para que todos por unanimidad decidiera el nombre propuesto por el Hermano Mayor de VIRGEN DE LA ESTRELLA, dándole culto con este nombre desde el año 1978.

 Los Centenarios son una llamada pública y colectiva por la que años más tarde se evoque la figura de alguien que dejó huella tras si, y una herencia social, cultural o religiosa que sus seguidores se comprometen a conservar y actualizar el espíritu del fundador y en nuestro caso montillano mantener y difundir el ideario de D. Bosco, basado en educar a la juventud para que más adelante fuesen buenos cristianos y honrados ciudadanos.

 Don Bosco tenía en 1915 miles de seguidores de sus ideas y partidarios de su obra bienhechora en el primer centenario de su nacimiento. Ya en vida de D. Bosco sus Antiguos Alumnos habían creado la primera Asociación. En 1911 existían cientos de Asociaciones locales y varias Federaciones Nacionales y fue entonces cuando representantes de ellas celebraron en Turín el Primer Congreso Internacional de Antiguos Alumnos y acordaron erigir un monumento a D. Bosco instalado junto a la fachada de la Basílica de Mª Auxiliadora en Turín, que la mayoría conocen.

 El bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco es para los Antiguos Alumnos una efemérides de contrastes, pues analizando la época en que D. Bosco vino al mundo en el año 1815, aparecía también la fundación del socialismo moderno pero con ideas opuestas totalmente. 

Mientras Carlos Marx promulgaba su Manifiesto Comunista, que ya sabemos su ideología destructiva, D. Bosco editaba las Lecturas Católicas y se erigía paladín de la buena prensa, y mientras predicaba la lucha de clases, D. Bosco luchaba por abrir clases y talleres para los hijos de los trabajadores. Mientras Marx soñaba con unir a todos los trabajadores del mundo, D. Bosco vio como sus Antiguos Alumnos se unían libremente y se asociaban para seguir juntos a su lado. Hoy mientras el marxismo propugna una sociedad sin Dios, los seguidores de San Juan Bosco, entre los que se encuentran sus Antiguos Alumnos, participan de una vivencia social basada en el amor. 

La herencia que San Juan Bosco ha dejado en Montilla es muy amplia, y nuestra Hermandad de la Sta. Cena y Mª Stma. De la Estrella es fruto de la educación recibida por la Congregación Salesiana y llevando ese espíritu muy dentro, afloran ideas compartidas que engrandecen a la persona para llevar a cabo tareas e iniciativas nobles. 

En el reparto de esa herencia nos ha correspondido ser buenos cristianos y como no hay compromiso, sin gente comprometida, estamos obligados a aceptar en el siglo XXI, el carisma de un Santo innovador que nació hace 200 años y cuyo mensaje no tiene fecha de caducidad.


"Una Estrella en el Canimo 2013"

miércoles, 5 de febrero de 2014

Virgen de la Estrella, Cuaresma 2013

Ya quedan menos hojas que quitar del calendario para poder ver a la Virgen de la Estrella ataviada de hebrea para la entrada de la cuaresma.

Mª Stma. de la Estrella- Cuaresma 2013

domingo, 2 de febrero de 2014

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas.
A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos.
Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación.
El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.
Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.
Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales
FRANCISCUS